martes, 27 de diciembre de 2011

La cena lezamiana

     Me encuentro inmerso en la impresión, edición y encuadernación del cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo de Senel Paz, famosísimo por su versión cinematográfica Fresa y Chocolate. Para que negarlo, es una de mis películas predilectas, de las que todos los años me gusta verla tranquilo y sacarle algo nuevo, un detalle escondido. Es de esos casos que a veces se dan, que el cine supera a la literatura, y no es porque el texto sea de baja calidad, que no es así, es que la película es magnífica, entre otras cosas por la brillante actuación de Jorge Perugorría llevando todo el peso de la trama. Espectacular.
     Pero estaba hablando del cuento. Tras revisarlo se me vino a la cabeza traerlo a nosotros mediante la cena lezamiana que Diego le ofrece a David. Recogido a su vez de las páginas de Paradiso de José Lezama Lima, los protagonistas cenan estos platos elaborados por doña Augusta.
     ¿ Cómo quedaría en nuestra cena de nochevieja este menú ? Pienso que además de darle un poco de glamour a la cena, nos quedaríamos más que satisfechos. Aquí lo dejo. Buen provecho.


Sopa de plátanos.

El ritual de la comida barroca se abre con una espesísima sopa de plátanos. La misma se prepara con plátanos verdes y se le añade jugo de limón para evitar la oxidación del plátano. Doña Augusta le agregó tapioca para hacer más grato su sabor. Se sirve con rosas de maíz (¿influencia de Juan Izquierdo?). Al probar la sopa los comensales se van en alegre busca del tiempo perdido.

Souflé de mariscos.
Después viene un “pulverizado” souflé de mariscos. Los langostinos dispuestos en coro, adornan la superficie de este segundo plato. También forman parte del mismo un pargo y una langosta. El souflé, hecho con una base de bechamel con huevo a la que se le adicionan los ingredientes principales (camarones grandes, pescado y langosta) recibe al final unas claras del huevo batidas a punto de nieve. Sólo así puede entrar al horno y ser servido de inmediato. Va a destacar en el plato un langostino remolón, según sentenció Doña Augusta.

Ensalada de remolacha.

Para suavizar la ingesta llega a la mesa una ensalada de remolacha y espárragos. Una mayonesa recién hecha es derramada sobre la ensalada. Y uno de los invitados derramará -como suele ocurrir- remolacha sobre el blanco mantel.

Pavo relleno.

Un pavo sobredorado hace después su aparición. El pavo está relleno de unas almendras que se deshacen y de unas ciruelas que parecen haber crecido en el horno. El pavo fue adobado varias horas después de untarlo con un mojo hecho a base de ajo, sal, pimienta y jugo de naranja agria.

Crema helada.
El postre es una deliciosa crema helada. Se hizo una conserva con coco y piña rallados. Se le agregó leche condensada y se roció con anisete Marie Brizard. Fue sacada de la nevera lista para servir. Para el autor de “Paradiso” la viejita Marie Brizard es el hada de la olorosa crema.

                                                               ( extraído del blog: http://wwwconuqueando.blogspot.com/ )

sábado, 10 de diciembre de 2011

Versos de Navidad

     Ante un auditorio de cuarenta o cincuenta personas, cojo un par de papeles escritos a mano, los apoyo en un precioso atril de madera vieja y con un carraspeo suave, intento suavizar la voz. La capilla en la que me encuentro intimida mi vergüenza, mis miedos, al igual que el padre Pascual que me observa complaciente a unos pocos pasos esperando algo bueno de mí. Antonio, en primera fila, Rafael y Mercedes al fondo, tampoco ayudan a tranquilizarme con su amiga presencia. Quiero mantener la mirada a todos y recitar mis pobres y pueriles versos de un adulto de dieciséis años, sin titubeos, con un halo de escritor que no soy. Imposible, mis ojos se agachan y apenas consiguen otro color que no sea el blanco y negro del arrugado folio.
     Poema de Navidad. Recito despacio, con ritmo, con pequeñas entonaciones que le dan gracia al texto. Miserias, consumismo, avaricia... fluyen los versos en mis labios rompiendo con el clímax bondadoso y cálido de los poemas que me habían precedido. El cuerpecito Dios, lleno de mugre y rodeado de excrementos de animales, envuelto en los harapos que su madre, sudorosa y agotada, le ha buscado en las vencidas alforjas que un tal José amarró a una burra... Levanto los ojos y no encuentro aprobación de los cuarenta o cincuenta oyentes. Sólo Antonio mantiene el pulso. Las palabras siguen contaminando la estancia, el Belén del fondo, las luces brillantes que asoman desde las altas ventanas. Pascual cierra los ojos y yo le bendigo por escucharme, por permitirme empañar con la voz la magia de la Navidad, la ternura, el hogar y los  regalos. No puedo taparme los ojos e ignorar esta otra Navidad, padre, no puedo callar. Y callo entonces, y breves aplausos rebotan en los muros, más por protocolo que por sentimiento o calidad. Abandono el precioso atril de madera vieja y me siento en un rincón, al final de la última banca, junto a la pila bautismal. Antonio se vuelve y encontrando mi mirada, asiente. Sólo él consiguió entender. Respiro y ya tranquilo espero que finalice el acto y emprender el camino a casa. Navidad, dulce Navidad.

martes, 6 de diciembre de 2011

Vida pasada

    Gata. Los acordes me acercan de nuevo a ti, o quizás a un tiempo del que no llegué a marchar nunca. Las noches entonces eran risas, alcohol y saliva. Las luces giraban alrededor de nosotros como la vida vista desde un tiovivo. Todo era nuestro. Los amigos, las palabras, el aire. Los vasos de güisqui unían nuestros labios en un dulzor a carmín y poesía. Recitaba a tu oído, te susurraba cuentos de niños y lunas, de princesas y estrellas. De planetas imaginarios y promesas que no podía cumplir.
    Te fuiste. Fue un hasta luego. Un hasta pronto alegre y sin miedos. Pero se fue todo y me fui yo, y perdimos la mirada, la palabra aunque no la sonrisa de los buenos momentos. La gata quedó allí, junto a un grueso árbol, mientras mis pasos se alejaban del mundo onírico y gatuno que regaló tanto a cambio de nada. Y quedé solo y la gata allí, y el mundo se volvió un poco más triste desde aquel adiós.


    

lunes, 5 de diciembre de 2011

Aprendiz

     Queda tanto por hacer, por aprender, por pensar y leer. Queda tanto, tanto, que me angustia el irrelevante hecho de no lograr ser bueno en nada, de picotear de todo y no lograr la dignidad. Sí, humanista podríais decirme pero, al fin y al cabo, un eterno fracasado.
     La plegadera me hace sentir bien. La agarro, la acaricio como esperando que suministre de buen hacer y sabiduría. Y, como si fuese una espada, me bato con el papel dándole forma, con la tela y los cueros. Me siento vencedor cuando el libro yace en mi mano, a pesar de las pequeñas torpezas cometidas, causadas por la impaciencia, la distracción o, simplemente, por tener un mal día. Me escudo en la falta de herramientas o máquinas y me proclamo ganador, al menos hasta que veo los trabajos de los demás, la perfección de las obras, la originalidad llevada a límites inimaginados por mí, el buen gusto, las buenas manos.
     Me queda tanto. Nunca lograré ni siquiera acercarme a ellos, a sus obras de arte. Seré el eterno aprendiz que con quince años resulta simpático y con canas en la cabeza no tanto. La exigencia de la sociedad se convierte en caprichosa e injusta a medida que te haces adulto.
     El tiempo pasa y me queda tanto por hacer, por leer, por aprender y pensar.