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miércoles, 4 de enero de 2012

La canaria

     A veces, se da el caso, en el que un niño llora el día de los Reyes Magos. No trajeron lo que con tanta ilusión apuntaron sus papás en la carta. Se les olvidó traerlos, se les cayó por el camino o es que no podía el pobre camello con más peso. Siempre hay algo que no despierta el día seis de enero.
     No recuerdo bien qué edad tenía. Quizás cuatro, cinco o seis años. Eran unas navidades felices como siempre lo son en la niñez. Ese año no tenía nada especial que solicitar a Sus Majestades de Oriente. Ni el barco pirata de Playmobil ni el subbuteo ni el monopatín. Ese año, no sé por qué,  pedí en mi garabateada carta una canaria, una simple canaria.
     Ante tal petición era de esperar un ¿ una canaria ? ¿ eso qué es ? Pues, mamá, el canario hembra. Una canaria con su jaula y su alpiste. El por qué una canaria y no un canario no lo sé, supongo que por aquel entonces ni sabía muy bien en que consistía la reproducción, ni mucho menos identificar el sexo del emplumado. El caso es que en la carta de los Reyes Magos quedó anotado tan ansiado "juguete".
     Aseguran los mayores que mi vocecita recordaba constantemente a todos mi petición. El "quiero una canaria" fue sintonía navideña ese año junto a los tradicionales villancicos y las canciones de José Luis Perales. Viendo Belenes, paseando por el centro, cenando e, incluso haciendo roscos, tradición familiar muy arraigada, siempre se podía escuchar el ilusionado trino por mi boca.

   
     Pero no llegó. La mañana más ilusionante del año se nubló al despertar y ver que mi ansiada canaria se había convertido en un insulso juego de memoria. Dibujos de patitos, cerditos y ovejitas habían sustituido a un ser vivo, a una compañera. Busqué y busqué en el salón a aquel pobre animal y no lo hallé nunca, ni siquiera en las navidades siguientes.Y ese niño se llevó el día de Reyes llorando sin consuelo la falta de su olvidada canaria sin que nadie pudiese consolarlo.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Versos de Navidad

     Ante un auditorio de cuarenta o cincuenta personas, cojo un par de papeles escritos a mano, los apoyo en un precioso atril de madera vieja y con un carraspeo suave, intento suavizar la voz. La capilla en la que me encuentro intimida mi vergüenza, mis miedos, al igual que el padre Pascual que me observa complaciente a unos pocos pasos esperando algo bueno de mí. Antonio, en primera fila, Rafael y Mercedes al fondo, tampoco ayudan a tranquilizarme con su amiga presencia. Quiero mantener la mirada a todos y recitar mis pobres y pueriles versos de un adulto de dieciséis años, sin titubeos, con un halo de escritor que no soy. Imposible, mis ojos se agachan y apenas consiguen otro color que no sea el blanco y negro del arrugado folio.
     Poema de Navidad. Recito despacio, con ritmo, con pequeñas entonaciones que le dan gracia al texto. Miserias, consumismo, avaricia... fluyen los versos en mis labios rompiendo con el clímax bondadoso y cálido de los poemas que me habían precedido. El cuerpecito Dios, lleno de mugre y rodeado de excrementos de animales, envuelto en los harapos que su madre, sudorosa y agotada, le ha buscado en las vencidas alforjas que un tal José amarró a una burra... Levanto los ojos y no encuentro aprobación de los cuarenta o cincuenta oyentes. Sólo Antonio mantiene el pulso. Las palabras siguen contaminando la estancia, el Belén del fondo, las luces brillantes que asoman desde las altas ventanas. Pascual cierra los ojos y yo le bendigo por escucharme, por permitirme empañar con la voz la magia de la Navidad, la ternura, el hogar y los  regalos. No puedo taparme los ojos e ignorar esta otra Navidad, padre, no puedo callar. Y callo entonces, y breves aplausos rebotan en los muros, más por protocolo que por sentimiento o calidad. Abandono el precioso atril de madera vieja y me siento en un rincón, al final de la última banca, junto a la pila bautismal. Antonio se vuelve y encontrando mi mirada, asiente. Sólo él consiguió entender. Respiro y ya tranquilo espero que finalice el acto y emprender el camino a casa. Navidad, dulce Navidad.