Internet. No me es imprescindible, ciertamente. Es más, no lo veo como una herramienta fundamental como nos quieren hacer creer. En cuanto uno intenta profundizar en algún tema se encuentra que la red está vacía. Me recuerda, en cierto modo, a la vieja enciclopedia de Plaza&Janés con la que estudiamos mis hermanos y yo y que aun conserva mi padre. Me recuerda porque tiene miles de entradas y muy poca información. No sé cómo los estudiantes se ayudan de este medio para hacer los trabajos del cole. Bueno, sí lo sé. Todas las páginas dicen lo mismo pero, para mayor desesperanza, se copian unos a otras palabra por palabra, coma por coma.
Internet. Algunas cosas sí son aprovechables: la comunicación entre personas, aunque sea de forma no presencial, determinada información, llamémosla no intelectual ( sin sentido peyorativo ), la gestión de asuntos que antes hacíamos por teléfono y otras menos importantes. Una de estas últimas me regaló algo emotivo que llevaba años queriendo lograr. Mi abuelo me recitaba un poema que él recordaba de su juventud. Nunca pude averiguar de quién era. Él no lo sabía. Leí, pregunté, recité mil veces por si alguien lo había escuchado o leído alguna vez. Nada. Internet me regaló descifrar el misterio. Lástima que mi abuelo se fuera para siempre sin saber el autor. No me dio tiempo.
Triste flor, ¿dónde naciste
terrible y dura suerte,
que al primer paso
que diste
te encontraste con la muerte?
El dejarte, es cosa triste;
arrancarte, es cosa fuerte;
y dejarte con la vida
es dejarte con la
muerte.
Lillian Moro