Queda tanto por hacer, por aprender, por pensar y leer. Queda tanto, tanto, que me angustia el irrelevante hecho de no lograr ser bueno en nada, de picotear de todo y no lograr la dignidad. Sí, humanista podríais decirme pero, al fin y al cabo, un eterno fracasado.
La plegadera me hace sentir bien. La agarro, la acaricio como esperando que suministre de buen hacer y sabiduría. Y, como si fuese una espada, me bato con el papel dándole forma, con la tela y los cueros. Me siento vencedor cuando el libro yace en mi mano, a pesar de las pequeñas torpezas cometidas, causadas por la impaciencia, la distracción o, simplemente, por tener un mal día. Me escudo en la falta de herramientas o máquinas y me proclamo ganador, al menos hasta que veo los trabajos de los demás, la perfección de las obras, la originalidad llevada a límites inimaginados por mí, el buen gusto, las buenas manos.
Me queda tanto. Nunca lograré ni siquiera acercarme a ellos, a sus obras de arte. Seré el eterno aprendiz que con quince años resulta simpático y con canas en la cabeza no tanto. La exigencia de la sociedad se convierte en caprichosa e injusta a medida que te haces adulto.
El tiempo pasa y me queda tanto por hacer, por leer, por aprender y pensar.
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