A veces, se da el caso, en el que un niño llora el día de los Reyes Magos. No trajeron lo que con tanta ilusión apuntaron sus papás en la carta. Se les olvidó traerlos, se les cayó por el camino o es que no podía el pobre camello con más peso. Siempre hay algo que no despierta el día seis de enero.
No recuerdo bien qué edad tenía. Quizás cuatro, cinco o seis años. Eran unas navidades felices como siempre lo son en la niñez. Ese año no tenía nada especial que solicitar a Sus Majestades de Oriente. Ni el barco pirata de Playmobil ni el subbuteo ni el monopatín. Ese año, no sé por qué, pedí en mi garabateada carta una canaria, una simple canaria.
Ante tal petición era de esperar un ¿ una canaria ? ¿ eso qué es ? Pues, mamá, el canario hembra. Una canaria con su jaula y su alpiste. El por qué una canaria y no un canario no lo sé, supongo que por aquel entonces ni sabía muy bien en que consistía la reproducción, ni mucho menos identificar el sexo del emplumado. El caso es que en la carta de los Reyes Magos quedó anotado tan ansiado "juguete".
Aseguran los mayores que mi vocecita recordaba constantemente a todos mi petición. El "quiero una canaria" fue sintonía navideña ese año junto a los tradicionales villancicos y las canciones de José Luis Perales. Viendo Belenes, paseando por el centro, cenando e, incluso haciendo roscos, tradición familiar muy arraigada, siempre se podía escuchar el ilusionado trino por mi boca.
Pero no llegó. La mañana más ilusionante del año se nubló al despertar y ver que mi ansiada canaria se había convertido en un insulso juego de memoria. Dibujos de patitos, cerditos y ovejitas habían sustituido a un ser vivo, a una compañera. Busqué y busqué en el salón a aquel pobre animal y no lo hallé nunca, ni siquiera en las navidades siguientes.Y ese niño se llevó el día de Reyes llorando sin consuelo la falta de su olvidada canaria sin que nadie pudiese consolarlo.
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