sábado, 25 de febrero de 2012

Lágrimas y princesas

     Las canciones son a veces puñeteras. Te traen recuerdos que creías olvidados, te despiertan sentimientos que ya no existen, que perecieron ya por el paso del tiempo y, sin embargo, se presentan ahora más bellos que nunca, sin la pobreza del presente. Los años adornan los momentos y los hace más intensos y hermosos. Siempre ha sido así.
     Una canción apareció en el spotify por causalidad, por el dichoso tic, enfermizo quizás, de ir saltando de artista a artista y de canción a canción, buscando no sé qué, cosas perdidas, palabras de otros tiempos. Y así, sin quererlo, escuché los acordes de un piano que me transportaron al año 92, a una discoteca que se encontraba cerca de casa, a un rincón oscuro junto a una amiga, Marita, que escuchaba pacientemente mis penas de amores, mis lamentos por el amor perdido, mientras compartíamos una helada maceta de cerveza.
     Escuchas, Marita, esta canción parece escrita por mí, no le falta ni le sobra una palabra, dice todo lo que siento. Y Marita, entre sorbo y sorbo, me animaba con poca convicción, quizás porque sabía que lo mío con aquella chica era cuestión de tiempo, quizás fuera porque no conocía a mi amada, quizás porque la música y el alcohol incitaban más al baile y al desenfreno que a la nostalgia y a los lloriqueos de un maltrecho enamorado. Pero, cómo controlar el ahogo, la angustia, la presión que te oprime el pecho que apenas te deja respirar. Cómo evitar los lamentos, la rabia, el ridículo, el morir en vida. Cómo despegar toda esa maraña de acciones y sensaciones que le nublan a uno los sesos.No hay fuerza mayor que la del amor no correspondido. Es capaz de todo.
     Afortunadamente, todo acabó bien, al menos a corto plazo. Terminé la noche borracho y feliz, y a las pocas semanas volvieron los besos tan ansiados y llorados. Cuánta razón tenía Marita y sus inocentes ánimos. Llámala y dile que la quieres, que no puedes vivir sin ella. Que no te quedan lágrimas.

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