Ya quisiera yo, Ismael. Aunque poco a poco lo voy logrando, a veces cuesta y otras, las que más, exploto sin apenas control. Intento, a través de una catarsis premeditada, consciente, borrar aquellas cosas que me causan tristeza, ansiedad o dolor. No quiero sufrir. Nadie lo quiere. Bueno, casi nadie. Y menos hacerlo por cosas efímeras, sin importancia o carentes de solución.
¿Alcanzar un nirvana digamos de la felicidad? No aspiro a tanto aunque ya me gustaría. Pero sí, tomarme la vida con más calma. Una vida sin sobresaltos, estable en lo emocional, feliz con aquellos sentimientos realmente importantes. Valorar para luego desechar todo aquello que no merece la pena. Ya quisiera yo.
Nos empeñamos en discutir, en enfadarnos y recriminarnos, en llorar sobre lo perdido, en intertar convencer al prójimo que nuestra opinión es la verdadera. Nos altera la política. Nos altera la historia. Nos altera el deporte televisado. Las cuestiones que no podemos controlar. Mucha energía para intentar ser el centro del mundo. Cuesta tanto no serlo...
Ya quisiera yo llevar una vida más contemplativa. Un pequeño Buda del siglo veintiuno en el que no me enfadara, que viera los problemas en su justa medida, que buscara soluciones en lugar de lamentarme, que no maldijera a quien no piensa yo. Ya quisiera ser todo eso y aunque lo intento, a veces lo logro. Pocas, pero cuando sucede, me siento bien de no malgastar en balde mi tiempo y mi salud. Qué difícil es. Cuánto nos cuesta recular, frenar a tiempo. Cuánto cuesta respirar durante cinco segundos y sonreir.
Pero no me rindo. Algún día lograré ese nirvana y seré plenamente feliz. Mantendré la candidez en la mirada y me dedicaré a transmitir lo bueno a los demás. Mientras tanto, Ismael, tendré que apretar los puños, respirar profundamente y sonreir para no estallar con cualquier contrariedad que nos trae la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario